El admiraba el cielo en las noches, siempre contemplando esa hermosa estrella que lo seducía con su luz y al mismo tiempo le hacía saber que era inalcanzable.

El sueña, salta tratando de llegar a ella, ella desde el firmamento lo mira y le dice: “si, eres lo que deseo pero no quiero bajar, acá me siento muy cómoda, tengo las nubes, el cielo todo a mi merced, pero quédate ahí para cuando te necesite... Me da consuelo saber que darías la vida por mi.

A esto el delfín siempre respondía lo mismo, esperare paciente a que quieras bajar y estar a mi lado, esperare porque siento que te amo... Pero a medida que pasaba el tiempo, a medida que la estrella se alejaba cada día, el dolor se fue haciendo mas intenso, tan intenso que le costaba respirar, ya no danzaba con el mar, se iba a oscuras y profundas cuevas rogando nadie le molestara, duró tanto tiempo escondiéndose en esos sitios fúnebres, que una noche al mirar a su estrella la luz brillante de esta lo cegó.

Maldijo el día que se fijo en ella, que dolor tan intenso este que hasta físicamente le afecto, pero ya… tenia todo un océano que intentaba seducirle y el no se dejaba, le regalaba flores marinas, danzas de peces para su entretenimiento, y nuestro delfín volvió a saltar, pero ya no miraba a la estrella, nunca mas se dejaría seducir por la ingrata estrella que solo le tomo lastima por su incapacidad de alcanzarla; a partir de ese momento, el seria feliz, sin aferrarse a imposibles y disfrutando de la seducción del mar.

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